Psicóloga y Terapeuta Gestalt
Crecí siendo una niña risueña, sociable y empática. De carácter sensible, o como se diría en mi tierra “mu sentía”, siempre he vivido las emociones con bastante intensidad. La mayoría de recuerdos que tengo de mi infancia son felices, lo cual no quiere decir que no viviera malos momentos, pero siempre he preferido quedarme con lo positivo de la vida. La alegría la tenía “grabada a hierro” en mi identidad, por lo que cada vez que la tristeza llamaba a mi puerta, como mucho la dejaba entrar al hall y rápidamente buscaba algo para sacarla afuera.
Con el tiempo, todas esas emociones llamadas comúnmente «negativas» como la rabia, la tristeza o el dolor… las evadía o las negaba, pero acababan apareciendo de forma inevitable. Y cuando lo hacían, normalmente venían acompañadas de culpa o de vergüenza…
Atraída por las relaciones humanas y por ayudar a los demás tenía la mirada puesta continuamente en el otro. La mirada interna prácticamente ni existía y si me hacía cosquillitas, simplemente la ignoraba. «Total, si a mí no me pasaba nada, tenía una vida muy feliz». En mi adolescencia comencé haciendo voluntariado y con los años acabé estudiando Psicología en la Universidad.
Siempre he trabajado en el ámbito de lo social. Recién salida de la Universidad, comencé colaborando en un piso de mujeres con problemas de adicciones. Más tarde continué mi andadura en el sistema de protección de menores en el que, cerca de 20 años después, aún sigo trabajando como psicóloga. Me inicié en un centro de chicas adolescentes con trastorno de la conducta donde las agresiones físicas y psíquicas hacia ellas mismas y hacia terceras personas y el consumo de tóxicos estaban a la orden del día. La represión de la rabia, la frustración, el dolor… fruto de los malos tratos físicos, los abusos sexuales y abandonos en su infancia hacían que, llegada su adolescencia, explotaran sin control arrasando con todo.
Mi trabajo se centraba en ayudarlas a identificar, aceptar y a expresar las emociones, en sacar afuera todo el malestar retenido de una manera sana «sin daños colaterales». Pero esta densidad e intensidad emocional también fue calando en mi interior. A veces se daban situaciones que por mi falta de experiencia, no sabía cómo afrontar ni qué podía hacer yo para ayudarlas (y ayudarme).
Es aquí cuando aparecen los primeros síntomas de la Ansiedad: dificultad para respirar, dolores de cabeza diarios, tensión mandibular, etc. El ibuprofeno se convirtió en mi compañero inseparable sin el cual no concebía la vida. Al principio, para no perder costumbre, ignorando que los síntomas aparecen en nuestra vida para advertirnos de algo, no les prestaba atención: «ya desaparecerán por donde mismo han venido» me decía yo. Pero nada más lejos de la realidad. Fueron «in crescendo» y se amplificaron hasta el punto de limitar mi vida diaria. Recuerdo que estuve mucho tiempo conduciendo con mareos, por ejemplo. Andaba irritada todo el día, nada ni nadie me satisfacía. Las relaciones de amistad ya no me aportaban nada ni llenaban mi vida. Empecé a recluirme en casa. No había una causa identificable que provocara mi malestar, lo que aumentaba mi incomprensión del por qué me encontraba así.
Sin mucho convencimiento (mi intuición me decía que todo era fruto de cómo afrontaba mi día a día) comencé mi recorrido por los médicos donde fui acumulando diagnósticos y tratamientos farmacológicos que no hacían desaparecer mi problema. En mi fuero interno me resistía a aceptar afirmaciones categóricas que hablaban de «cronicidad de los síntomas» y de «esto te va a acompañar toda la vida» y seguía buscando cómo deshacerme de ellos.
Aún así, como «Yo podía con todo», seguía adelante, pero ya se sabe que en estos casos: SI TÚ NO TE PARAS, EL CUERPO TE PARA!
Tiempo más tarde comprendí que simplemente me desbordé, peté de «tanta acumulación».
Siguiendo mi intuición decidí ponerme en manos de una buena amiga osteópata con una visión bastante holística de la vida. En una hora me desbloqueó el cráneo y el diafragma. Me levanté medio levitando y me dijo «a partir de ahora tu salud es cosa tuya, tú sabrás lo que haces»
Y sin saber bien bien qué es lo que tenía que hacer empezó mi camino de transformación: me adentré en el mundo del crecimiento personal y profesional (que en mi caso siempre han ido de la mano) Y con la trampa de «crecer profesionalmente» fui ampliando mi formación sin darme cuenta que el mayor aprendizaje era para mí misma.
Estos aprendizajes no sólo eran en el plano intelectual, sino que fueron más allá, fueron – «Trans»- Formaciones ligadas a la experiencia donde empiezo a soltar viejos esquemas y empiezo a darle voz a todo aquello que tenía silenciado.
De esta manera, hice un máster en Terapia Familiar Sistémica y es a través del crecimiento personal y grupal cuando entro en contacto con la Gestalt y el Eneagrama. Me formo en Gestalt en el Centro de Psicología Humanista de Málaga, trabajo con el Enegrama a través del SAT (Fundación Claudio Naranjo), me certifico en Respiración Ovárica Alquimia Femenina ROAF con Sajeeva Hurtado, en Aromaterapia, Fitoterapia y Sonoterapia, entre otras cosas más.
El haber transitado este camino me ha llevado a confiar en mí, a estar atenta a mis propias necesidades y a responsabilizarme de ellas. Esto no quiere decir que mi vida se haya convertido en un camino ZEN totalmente, NOOO!!, de vez en cuando vuelven los viejos síntomas, pero ahora dispongo de herramientas para hacerlos desaparecer. Sólo ahora el malestar dura menos tiempo porque soy capaz de identificarlo y soltarlo más rápidamente, no me quedo anclada a la emoción.
La esencia de todo lo que aprendí, lo que realmente significó un cambio profundo en mi vida, es lo que ahora quiero compartir contigo y con todas aquellas mujeres que quieran acompañarme a través de este proceso de psicoterapia.